Permítete a ti mismo ser sanado completamente para que puedas unirte a Él en la curación, y celebremos juntos nuestra liberación liberando a todo el mundo junto con nosotros.
Inclúyelo todo, pues la liberación es total, y cuando la hayas aceptado junto conmigo la darás junto conmigo.
Todo dolor, sacrificio o pequeñez desaparecerá de nuestra relación, que es tan pura como la relación que tenemos con nuestro Padre, y tan poderosa.
Todo dolor que se traiga ante nuestra presencia desaparecerá, y sin dolor no puede haber sacrificio.
Y allí donde no hay sacrificio, allí está el amor.
Tú que crees que el sacrificio es amor debes aprender que el sacrificio no hace sino alejarnos del amor.
Pues el sacrificio conlleva culpabilidad tan inevitablemente como el amor brinda paz.
La culpabilidad es la condición que da lugar al sacrificio, de la misma manera en que la paz es la condición que te permite ser consciente de tu relación con Dios.
Mediante la culpabilidad excluyes a tu Padre y a tus hermanos de ti mismo.
Mediante la paz los invitas de nuevo al darte cuenta de que ellos se encuentran allí donde tú les pides que estén.
Lo que excluyes de ti mismo parece temible, pues lo imbuyes de temor y tratas de deshacerte de ello, si bien forma parte de ti.
¿Quien pude percibir parte de si mismo como despreciable, y al mismo tiempo vivir en paz consigo mismo?
¿Y quién puede tratar de resolver su "conflicto" interno entre el Cielo y el infierno expulsando al Cielo y dotándolo de los atributos del infierno, sin sentirse incompleto y solo?
( El 28 de julio de 1999 en la catequesis que impartió ante 8.000 fieles en el Vaticano, el Papa Juan Pablo II dijo:)
«Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios.
El infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría»
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