Cada Hijo de Dios es uno en Cristo porque su ser está en Cristo, al igual como el de Cristo está en Dios.
El Amor de Cristo por ti es Su Amor por su Padre, que Él conoce porque conoce el Amor de Su Padre por Él.
Cuando el Espíritu Santo te haya conducido finalmente hasta Cristo en el altar de Su Padre, la percepción se fundirá con el conocimiento porque se habrá vuelto tan santa que su trasferencia a la santidad será sencillamente su extensiónnatural.
El amor se transfiere al amor sin ninguna interferencia, pues ambos son uno.
A medide que percibas más y más elementos comunes en todas las situaciones, la transferencia del entrenamiento bajo la dirección del Espíritu Santo aumentará y se generalizará.
Aprenderas gradualmente a aplicarlo a todo el mundo y a todas las cosas, pues su aplicabilidad es universal.
Una vez que esto se logra, la percepción y el conocimiento se vuelven tan similares que comparten la unificación de las leyes de Dios.
Lo que es uno no puede ser percibido como separado, y negar la separación es restaurar el conocimiento.
En el altar de Dios, la santa percepción de Su Hijo se vuelve tan iluminada que la luz entra a raudales en ella y el Espíritu del Hijo de Dios refulge en la Mente del Padre y se vuelve uno con ella.
Con gran ternura Dios refulge sobre Sí Mismo, y ama la extensión de Sí Mismo que es Su Hijo.
El mundo deja de tener propósito a medida que se funde con el Propósito de Dios.
Pues el mundo real ha desaparecido sigilosamente en el Cielo, donde todo lo que es eterno ha existido siempre.
Allí Redentor y redimido se unen en su perfecto amor por Dios y en el amor perfecto que profesan el uno al otro.
El Cielo es tu hogar, y al estar en Dios tiene también que estar en ti.
C:12 :6 y 7
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